REFLECCIÓN

La cena de la Pascua había revelado mucho más de lo que los pocos seguidores de Jesús entendían al decirles: “Tomen y coman; este es mi cuerpo. Después tomó la copa, dio gracias, y se la ofreció diciéndoles: ‘Beban de ella todos ustedes. Esto es mi sangre del pacto, que es derramada por muchos para el perdón de pecados’”. En unos días, iba a esclarecerse lo que en ese momento estaba confuso. Sus espíritus serían iluminados con el entendimiento del plan glorioso de Dios que había sido anunciado desde la fundación del mundo. Pero por ahora, no era comprensible lo que Jesús les estaba enseñando.

Continúa la noche y buscando consuelo en sus últimos momentos antes de que el odio del pueblo lo cubriera, Jesús caminó con sus once discípulos al Getsemaní. ¡Cómo disfrutaba la tranquilidad de este lugar! Pero esta noche era diferente. No buscaba paz, no buscaba tranquilidad. Anhelaba una cosa. Tomando a sus amigos más cercanos Jesús les suplicó que oraran por él mientras que Él buscaba al Padre. A unos pocos metros de distancia clamó al sentir que la angustia y el terror por lo que había de venir se apoderaban de él.

En agonía culminante, pesadas gotas de sangre brotaron de su frente. La voluntad de este sencillo carpintero de Nazaret fue sacrificada al declarar: “no mi voluntad sino la Tuya”. Esa fuente de Su vida, que pronto inundaría las calles de Jerusalén, empezó a fluir desde este jardín llamado Getsemaní.

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Algunos de los que conocían a los discípulos podían haber asegurado que el de más potencial era Judas. En comparación a los rudos pescadores de Galilea o los otros discípulos con pasados medios cuestionables, Judas había obtenido una educación privilegiada por su excelente linaje. Él era el único originario de Judea. ¿Cómo es qué llegó a ser el traidor? ¿Cómo es que alguien se torna en contra del que fue su maestro por tres años? Por más que tratemos de razonar su comportamiento nunca podremos saber la respuesta.

Lo que sí sabemos es que fue y buscó a los enemigos de su Maestro días antes para preguntar cuánto estarían dispuestos a pagar por la traición. Y llegaron a un acuerdo—entregaría a su líder, a su maestro, a su amigo, por treinta monedas de plata.

Cuando el plan se llevó a cabo, casi todos se sorprendieron. A media noche, en un jardín solitario, los soldados y los guardias llegaron como una manada furiosa. Entre ellos, el traidor.

Judas se le acercó y le da un beso. “Amigo”, le dijo Jesús, “¿a qué vienes?” y con eso el Hijo de Dios es entregado para ser juzgado.

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Por situaciones como esta, Pilato detestaba haber sido puesto como procurador de este destituido lugar a las orillas del Imperio Romano. No le tenía paciencia a la gente y mucho menos a sus líderes religiosos famosos por ser manipulativos. En Jesús conoció a un hombre diferente. Un hombre honorable. ¿Y qué le estaban pidiendo que hiciera con él? Estaba a punto de ejecutar a este hombre para quedar bien con estos líderes. Sabía lo que estaba diciendo. Entonces, buscando una salida, decide preguntarle a el pueblo. Seguramente esta multitud que se había reunido entenderían razón y quedarían satisfechos con un castigo menos cruel.

Pero la gente pidió solo una cosa: “¡Crucifícalo!” Pilato tenía que evitar una revuelta que lo avergonzara ante sus superiores y entonces accede a la demanda de su audiencia. Accede, pero no sin antes mostrar su descontento.

Pidiendo silencio, Pilato pide que le traigan un recipiente con agua. Imitando la ceremonia de purificación de los mismos judíos, se lava las manos. Todos entendieron el significado de este ritual. Pilato estaba declarando sin dejar lugar a duda, que él no aceptaba la culpa por la sangre de este hombre. Él no llevaría sobre sus hombros la responsabilidad de mandar a Jesús a la cruz.

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Desde el principio esto fue una farándula que se montó para justificar la decisión que ya habían tomado de deshacerse de Jesús. Caifás, los escribas y ancianos se habían reunido para montar el caso contra Jesús y condenarlo a muerte. Por más que buscaron, no encontraron evidencia suficiente. Su primordial testigo, Judas, estaba desaparecido. Aun cuando algunos testigos falsos presentaron sus “pruebas”, estas no eran suficientes para merecer el cargo que los religiosos querían. Como su última esperanza pasaron dos a contar que Jesús había dicho que podía derrumbar el Templo y que en tres días lo volvería a levantar. Caifás lo declaró suficiente e interrogó a Jesús sobre lo que había dicho.

Jesús permaneció en silencio. Caifás, con su autoridad beata demanda, por juramento sagrado, que conteste sus preguntas: “Dinos, ¿Eres tú el Cristo, el Hijo de Dios?”.

Por primera vez durante toda esta procesión absurda, Jesús alzó sus ojos y declaró con convicción inmovible: “Yo soy”.

Esta respuesta sacudió a los del Sanedrín. No dejó lugar a duda. Jesús abiertamente había declarado su posición como el Cristo. Caifás, como señal de su rechazo a esta declaración, se rasga sus ropas. Aunque era ilegal, el castigo lo empezaron en ese momento. Al dejar que la oscuridad entrara a sus corazones aun en presencia del Hijo de Dios, las burlas, golpes y maltratos empezaron.

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Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y lo rodearon de guardias. Le quitaron sus ropas y le pusieron una vestidura escarlata. Después, formaron una corona de espinos y se la pusieron en la cabeza. Por último, le dieron una vara en su mano derecha y se burlaban de él arrodillándose frente a él, gritándole “Excelso, Rey de los judíos”. Le escupían y arrebatándole la vara lo golpeaban una y otra vez.

Al finalizar esa tortura, Jesús estaba irreconocible. Su cuerpo estaba cubierto de magulladuras y coágulos de sangre. Al arrebatarle las vestiduras que le habían puesto, las heridas que empezaban a cerrarse se volvieron a abrir. La combinación de sangre y podredumbre soltaban un olor repugnante.

Ahora faltaba el peso de la cruz. Sus rodillas le han de haber fallado al de repente tener que sostener la viga. Una viga ruda, sin acabados finos, tal vez con astillas penetrando sus heridas, que terminaría siendo su lecho de muerte.

REFLECTIONS

El que ahora cargaba el peso arrollador de esta ruda viga sobre su espalda sangrienta, también carga el peso avasallante del todo el pecado, pasado, presente y futuro, del mundo entero. Ninguna otra vasija podía contener tanto la mancha del pecado como la esperanza del Cielo. El entendía desde la eternidad. Había venido por su gran amor y abrazó el Getsemaní. Para este punto en la historia, Jesús estaba exhausto por la pérdida de sangre, el sueño prohibido, y la deshidratación. Sus pies tambaleaban al tratar de caminar por las veredas de piedra. Se cae. Sus manos atadas a la viga lo hacen imposible de amortiguarse al desplomarse. El peso físico combinado con el peso espiritual, hacen que se quede tendido en el piso mostrando la debilidad de su cuerpo. El dolor se disparó a cada una de las puntas de sus nervios. Los soldados, impacientes de continuar, lo levantan cargando la viga. Y con determinación inquebrantable pone un pie frente al otro con su mirada en el Gólgota para terminar la encomienda que El Padre le había dado.

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Simón venía de una comunidad judía de la ciudad costera de Cirene en el norte de África. Era común que los miembros de esa comunidad fueran de familias pudientes, educadas, intelectuales y eran conocidos por su piedad. El que estuviera viajando Simón a Jerusalén en el día más santo del calendario judío no era sorprendente. Lo más seguro es que se levantó temprano para llevar su sacrificio al Templo con tiempo de disfrutar todas las festividades. Pero qué sorpresa se llevó al no ser recibido al entrar a la ciudad con gritos de júbilo sino con una manada de gente insultando y burlándose de un pobre hombre llevado a ser crucificado. ¿Quién era este que causaba tanta conmoción? ¿Quién era este hombre sangriento que provocaba tan fuerte reacción pero que permanecía en silencio?

En confusión Simón termina siendo empujado al frente de la multitud hasta que una mano ruda lo sacude al jalarlo y aventarlo a los pies de este pobre prisionero. Volteando a ver al Mesías prometido, levanta la viga y la carga. ¿Habrá sabido que este era el Hijo de Dios? ¿Habrá sabido que este sacrificio que él hacía iba a culminar en el cordero de Dios sacrificándose una vez y para siempre?

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Al llegar Jesús a la cima del Gólgota los guardias se dieron a la tarea de preparar todo y le quitaron la viga de encima. Un momento de descanso rodeado de los gritos de los otros dos prisioneros siendo levantados en sus cruces.

Y Jesús esperaba. Dos soldados se le acercaron y le quitaron sus ropas. Viendo la calidad de su túnica tomaron cuidado extremo para quitársela. Para los soldados, una túnica bien hecha, aunque sangrienta y manchada, valía más que la misma vida del que la portaba. Por más cuidado que tuvieron, las llagas que habían empezado a coagular y cerrar, ciertamente se volvieron a abrir y de nuevo fluyó la sangre.

En un último acto de humillación queda el Maestro desnudo y ahora sí listo para ser crucificado. Ya acabada la tarea, los soldados, al pie de la cruz, echan la suerte para apropiarse de las ropas mientras que Cristo estaba montado, completamente expuesto ante todos los que se burlaban, los que lloraban y los que lo adoraban.

REFLECCIÓN

No se resistió cuando le estiraron los brazos sobre la viga. Boca arriba, el primer clavo es acomodado entre los huesos de su muñeca. Sin nada de misericordia, le jalan el otro brazo hasta que los hombros no pueden resistir. Estos clavos traspasaron las manos que con un toque sanaron a los leprosos y con suaves caricias removieron la ceguera. Piel y músculos desgarrados, nervios expuestos, mandaban relámpagos de dolor de punta a punta.

Ya acomodado en la cruz seguían los pies. Para prolongar la tortura tomaron sus piernas, las doblaron a las rodillas y clavaron los pies firmemente sobre el poste. Piel y músculos desgarrados, nervios expuestos, dolor incomparable.

Ahora a levantar la cruz y fijarla a la tierra. Mientras esta quedaba fija, sacudiendo el cuerpo del Salvador cuyos músculos y huesos resistían el ser desgarrados aun más, desde los espectadores se oye una voz gritar: “Tú, que derribas el templo y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo. Si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz”. Sus enemigos murmuraban entre si esperando la respuesta sabiendo que ya no había vuelta atrás, esta amenaza pronto sería extinguida. Con una voz apenas más audible que el viento que la cargaba, la respuesta llega: “Padre, perdónalos, pues no saben lo hacen”.

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De todos los métodos crueles de tortura que el hombre ha imaginado, la crucifixión es la peor. Los Romanos llevaban a sus prisioneros hasta el pie de la muerte por lo máximo de tiempo posible. Este proceso, deliberadamente alargado, mantenía a la víctima justo fuera del alcance de la muerte.

Pocos, si es que alguien, habían sufrido el mismo castigo después de ya haber sido torturados y azotados al grado que Jesús había sido maltratado. Por tres horas Él tuvo que tratar de estirar sus piernas empujándolas sobre sus heridos pies para poder respirar. Si no hacía esto, sus pulmones se llenarían de sangre y literalmente se hubiera ahogado en su propia sangre.

Un momento después de probar el vinagre, clamó “¡Telestai!” Esta extraña y pequeña palabra se traduce ¡Consumado es! o ¡ha sido cubierto el precio! Paga hasta por lo más minúsculo y usa sus últimas fuerzas para clamar sus últimas palabras “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.”

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José de Arimatea era un miembro del Sanedrín acomodado económicamente y socialmente. A diferencia de los otros miembros de su grupo, él ha de haber reconocido que en Jesús se cumplía la tan anhelada promesa del Mesías. Y que ahora este, yacía muerto en una cruz. Dejó a un lado el “¿qué dirán?” y fue a la casa de Pilato a pedir el cuerpo de Jesús. Cuando Pilato accede a su petición, rápidamente regresa al Gólgota, toma el cuerpo de Cristo, y con la ayuda de las mujeres, lava y el cuerpo irreconocible de su Señor y lo envolvieron en un lienzo.

Teniendo que terminar de hacerlo antes de la puesta del sol, estas mujeres y estos hombres pusieron a un lado su dolor, su luto, sus sueños rotos, hasta que se completara su manda. Prepararon el cuerpo como pudieron y con cuidado lo pusieron en la tumba de piedra recién preparada. Porque los otros líderes religiosos tenían miedo de que los discípulos se robaran el cuerpo, pusieron un sello en la piedra que sellaba la tumba y montaron guardias para cuidar de ella.

Con el Sábado a punto de llegar, dejaron el cuerpo en este lugar seguro y fueron a cumplir la Ley. Sus pensamientos y emociones durante este día de descanso, seguramente eran algo que nunca habían experimentado. Al preparar sus especias y ungüentos para ungirlo, también preparaban sus corazones para decir un último adiós.

REFLECCIÓN

La misión de Jesús fue muy diferente a lo que los que estaban más cercano a él creían que iba a ser. Tantos lo habían seguido durante Su ministerio para luego abandonarlo al darse cuenta que no iba a provocar una revolución en contra de Roma. Después de la crucifixión de Jesús, aún sus más cercanos seguidores se encontraron llenos de temor, abatidos y de luto. Su líder había sido ejecutado. La misión había fallado.

Después de la muerte de Jesús, vemos a algunos de los discípulos regresar a sus antiguas profesiones. Vemos que son las mujeres que regresan a la tumba para terminar de preparar el cuerpo. Y lo hacen, por respeto al muerto. Nadie esperaba que Jesús resucitara. Pero la resurrección de Cristo apunta al éxito rotundo de Su misión. Jesús hizo lo que vino a hacer.

La gente de esos tiempos deseaba una vida de libertad, bendición, seguridad y confort. No somos tan diferentes hoy que entonces. Sin embargo, sobre cualquier deseo humano está el deseo de Dios de proveernos con vida eterna, perdón de nuestros pecados y a de que tengamos una relación íntima con Él. Dios deposito su ira y la vio extinguida cuando la puso sobre sí mismo en la cruz. Ira divina fue apaciguada por el máximo sacrificio divino. La resurrección de Jesús significa que la paga del pecado ha sido cubierta por completo. Jesús la pagó. ¡Consumado es! Se ha abierto un camino a Dios. Jesús cambió desesperación en esperanza, derrota en victoria, muerte en vida. Y lo hizo por ti y por mí.